Los últimos metros de la Ruta están plagados de mensajes para otros caminantes: cruces, ropa, conchas o colgantes.
Sería bueno saber quién fue el primer peregrino al que se le ocurrió la idea de dejar una diminuta piedra sobre la losa con la inscripción «rúa San Marcos»; colocar un colgante en la escultura del Monte do Gozo; poner un cruz en la alambrada de la autovía de Lavacolla; o dejar escrito sobre una piedra su nombre para inmortalizar el momento. Esos «inocentes» gestos han sido imitados por miles de peregrinos, que repiten una y otra la misma acción dejando una huella incompatible con la limpieza que debía reinar en el Camino. Lo de las piedras es posiblemente la única costumbre que tiene una explicación, y es que los peregrinos traían una desde sus lugares de origen para dejarlas después en el primer punto desde donde pudieran ver la Catedral. El problema es que las piedras que pueden verse en la escultura del Monte do Gozo y sus alrededores son recogidas por los peregrinos en la misma zona paras ser depositadas como tributo. Lo curioso es que de la moda de las piedras amontonadas se pueden encontrar rastros sobre innumerables mojones del Camino.
Otra de las costumbres extendida es la de colocar cruces en las rejas del aeropuerto, de fincas o de la autovía. La mayoría son fabricadas artesanalmente con ramas de árboles, pero también las hay más trabajadas y con leyendas en homenaje a familiares vivos o difuntos. Por suerte, las cruces elaboradas con calcetines o trozos de ropa que podían verse no hace mucho tiempo en alguna zona del entorno de Lavacolla, ya no estaban estos días. Habrá que confiar en que la cordura se ha impuesto por fin.
No solo las cruces y las piedras les sirven a los peregrinos para dejar huella de su paso por el Camino. Uno de los bancos situado en el mirador del Monte do Gozo también fue elegido por los peregrinos para dejar mensajes sobre su paso por Santiago. Se trata de recuerdos idénticos a los que se suelen dejar escritos en las puertas de los servicios del instituto, bares o gasolineras; y que si en estas zonas no tienen gracia, imaginen el sentimiento que producen en el Camino de Santiago. Otra costumbre en alza es la de colgar cintas, conchas, flores, bastones o pegatinas en carteles, monumentos, esculturas o señales informativas. Cualquier objeto parece convertirse en fetiche para marcar la presencia en Santiago.
De entre las huellas dejadas por los peregrinos, sin duda, las pintadas son las menos recomendables de todas. Y es que ya se sabe que, como en el caso de las piedras u otros objetos, tras una viene otra. Los monigotes de Lavacolla y los mensajes escritos sobre los guardarraíles son, sin duda, huellas prescindibles.
Imagen: Marga Mosteiro.
Fuente: La Voz de Galicia.